Apertura ‘Ciudades Digitales’. Discurso de Pablo Bello

Apertura ‘Ciudades Digitales’. Discurso de Pablo Bello

Amigas. Amigos. Más que repetir un discurso que seguramente ya han escuchado tantas veces, quisiera invitarlos a una reflexión. Con muchos de los presentes nos hemos encontrado por años en eventos internacionales similares, donde la temática común ha sido –de una u otra forma- la evolución e impacto de las tecnologías de la información y comunicación en la sociedad del conocimiento.

Nos hemos encontrado tantas veces que ya nos conocemos bien. Sabemos qué piensa el otro. Con muchos hemos tenido el privilegio de colaborar en acciones de investigación, en labores de gobierno, proyectos empresariales o iniciativas ciudadanas, y nos reconocemos como militantes en la promoción del ecosistema digital. No quiero aburrirlos recitando las mismas viejas ideas vestidas de modernidad tecnológica.

Desde ASIET llevamos 17 años impulsando las “Ciudades Digitales”, cuando casi nadie hablaba de esto. Luego las rebautizamos como “Smart Cities”, porque claro, en inglés suena más cool, y porque todos queremos ser “smart”. 17 años que llevamos debatiendo, año tras año, ciudad tras ciudad, sobre el desarrollo humano que aspiramos alcanzar en América Latina y que sabemos está íntimamente unido a las tecnologías de la información y la comunicación.

17 años es mucho… y claro, salta la pregunta: ¿qué hemos logrado tras casi dos décadas debatiendo y promoviendo políticas públicas y entornos que favorezcan el desarrollo digital, el cierre de las brechas como imperativo ético y la transformación de la sociedad como una oportunidad -y una necesidad- para una mejor calidad de vida?

Sin duda hemos avanzado como región. Pero todos sabemos que no basta. Que seguimos lejos del sueño original y entonces, inevitable, surge la pregunta: ¿A quién nos falta convencer? ¿Qué fuerzas resta por movilizar?.

Hace 17 años no nos entendían. Hablábamos en chino. Pero ya vislumbrábamos la urgencia de no llegar tarde a la revolución digital, como nos pasó a todos en América Latina con la revolución industrial. Esta sería nuestra oportunidad. Este era nuestro desafío.

Hoy miramos hacia atrás y nos encontramos con una América Latina que ha vivido una revolución tecnológica sin precedentes en los últimos 15 años. Solo entre el 2006 y el 2013, el número de usuarios de Internet como proporción de la población en la región, se ha más que duplicado pasando de 20% a 47%.

Hoy la mitad de los latinoamericanos estamos conectados a Internet. Las redes y servicios de telecomunicaciones constituyen por lejos la infraestructura más avanzada de la región. Hemos avanzado, qué duda cabe. Y mucho. Pero los desafíos que tenemos por delante siguen siendo descomunales. No hay espacio para la complacencia.

Es imperativo cerrar la brecha digital. Necesitamos más inversión, más tecnología y más soluciones creativas para llegar a las familias de menores ingresos. Para ello las políticas públicas deben priorizar a los no conectados, facilitar el despliegue de redes y de antenas, favorecer las reducciones de precios, la calidad de servicio y las inversiones.

Pero ya sabemos que la meta no está en asegurar la conectividad. Esta es una condición necesaria pero no suficiente. No nos interesa la tecnología por la tecnología. Acá estamos hablando de calidad de vida, de generación de oportunidades de progreso, de nuevos modelos productivos, de transparencia y participación. Estamos hablando de sostenibilidad, que no es otra cosa que hablar de nuestros hijos y nietos.

La contribución económica agregada del ecosistema digital en América Latina ha sido importante. Según un estudio reciente realizado por el profesor Raúl Katz y publicado por Cepal, CAF y el cet.la, la digitalización ha contribuido en casi US$ 200 mil millones de dólares al PIB latinoamericano entre el 2005 y el 2013 y ha permitido la creación de 900 mil empleos. Casi el 20% del crecimiento del valor agregado en la región proviene de las TIC. Las cifras son elocuentes.

Sin embargo, la economía digital latinoamericana todavía está en pañales. Sólo 1 de cada 4 de los sitios más usados por los latinoamericanos son de desarrollo local. En la cadena de valor del ecosistema digital, la creación de empleo y de valor agregado está fundamentalmente en las empresas de telecomunicaciones, muy poco en las empresas de internet. Y no hablemos de pago de impuestos. ustedes lo saben.

Estamos transfiriendo riqueza al primer mundo en vez de generarla. Estamos exportando los recursos naturales del siglo 21: nuestros datos personales, y estamos importando plataformas y servicios foráneos. Estamos repitiendo la misma dinámica que frente a la revolución industrial nos mantuvo en el subdesarrollo.

Es esencial entender las dinámicas económicas y tecnológicas del ecosistema digital. En el contexto de la convergencia, las telecomunicaciones no están aisladas sino que se interrelacionan con los servicios, contenidos y aplicaciones de Internet. El valor de la conectividad es el de acceder a una oferta de valor sobre Internet. Esa oferta de valor no existiría sin conectividad.

Ello obliga a repensar las reglas en un contexto en el que los modelos de negocio son dinámicos y en el que se requiere un marco adecuado de incentivos para la inversión, la innovación y la competencia en todos y cada uno de los componentes de este ecosistema.

Pero ya lo hemos dicho: no basta con la conectividad. No basta con las redes, ni con los computadores. No basta con ser líderes en usuarios en las redes sociales. No basta con casos aislados de éxito. El desafío es más complejo y menos sexy: es ser capaces de repensar nuestros espacios de vida, nuestras interacciones sociales, nuestros modelos productivos, nuestra democracia, nuestra forma de hacer las cosas, a partir del cambio de paradigma que supone la revolución digital. No es hacer lo mismo pero mejor. Es hacer cosas distintas, pensar distinto, actuar distinto, soñar distinto.

Hoy me parece urgente poner el énfasis en este desafío. Construir. Reconstruir nuestras ciudades desde el barrio. Desde la comunidad. Desde la ciudadanía. Los alcaldes y autoridades tienen la responsabilidad de comprender que una ciudad digital o inteligente no se trata solo de conectar sensores y generar más o menos aplicaciones, sino que de liderar la reconfiguración de los sistemas de relaciones complejas que coexisten en el espacio público, y hacerlo con la comunidad y para la comunidad.

Los servicios y aplicaciones de internet son una capa necesaria. Como lo es la infraestructura de telecomunicaciones, los sensores, las redes 4G, el IoT, los satélites y la fibra. Pero si algo hemos aprendido tras 17 años de encuentros de “Ciudades Digitales”, es que el factor que hace la diferencia no es el tecnológico, sino que somos nosotros, quienes vivimos la ciudad, los ciudadanos en comunidad, y que es fundamental la visión, el liderazgo y el coraje de las autoridades para emprender el camino largo de transformaciones paradigmáticas. La ciudad es un macrosistema hiper complejo de objetividades y subjetividades. Intentar simplificar la complejidad de la ciudad a un conjunto de soluciones tecnológicas “de paquete” es absurdo y una pérdida de recursos. Las ciudades inteligentes no son aquellas que se tecnologizan, son más bien las que se humanizan. Entender esa complejidad e introducir las tecnologías como una herramienta fundamental para reducir la entropía, incrementar la eficiencia y abrir el espacio para que se desarrollen infinitas soluciones que permitan resolver las complejas ecuaciones del transporte, la seguridad, la salud, así como desarrollar el espacio colectivo, la identidad, la pertenencia y la participación, es lo que hace la diferencia.

La tecnología aplicada es lo que hace posible hacer realidad nuestros sueños. Pero jamás los sustituye.

Soñemos en ese Montevideo que queremos. En mi Lima natal y mi Santiago de adopción. Soñemos en nuestros pueblos y ciudades. Soñemos en el país y en el mundo que queremos para nuestros hijos. Sabemos que un mundo mejor es posible. Sabemos que ese mundo lo podemos construir si nos abocamos a ello entre todos: políticos, empresas, comunidad organizada y academia. Y sabemos que tenemos en las tecnologías de la información y la comunicación a la más potente herramienta que hemos tenido jamás para construir nuestro futuro.

uchas gracias.

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