Andrés Sastre
Director Regional para el cono Sur (ASIET)

“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”

¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado”. “…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está” (Il Gattopardo. Giusseppe Tomasi de Lampedusa. Italia. 1957)

“Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie), con esta frase de Tancredi a su tío Fabrizio; Lampedusa en el Gatopardo, reflejaba la capacidad de la aristocracia siciliana de adaptarse a los nuevos tiempos con tal de poder mantener su influencia, en una aparente aceptación de los principios de la revolución unificadora de Garibaldi. El Gatopardismo ha servido a la ciencia política para definir aquellos procesos en los que intencionadamente se quiere mantener la esencia de lo que ocurre cambiando superficialmente todo lo demás. Esta práctica afecta tanto a nivel general como particular, siendo que algunos gobiernos de América Latina no han escapado a un gatopardismo edulcorado con notas locales. En determinadas circunstancias ciertas dosis de lampedusismo pueden tener efectos positivos, pero por lo general suelen ser oportunidades perdidas para progresar adecuadamente.

La concienciación de los distintos gobiernos de América Latina sobre los beneficios de la masificación del uso de las TICS era vista por muchos como una oportunidad para que el sector de las telecomunicaciones avanzara por fin hacia políticas de Estado que lo situaran a niveles de desarrollo comparables a las regiones más punteras. América Latina se encontraba muy rezagada en materia TIC en comparación con otras regiones ya que aunque hay países que han desarrollado políticas certeras, en muchos otros, con mayor o menor grado, la política sectorial había estado caracterizada por la provisionalidad, la temporalidad, la falta de consenso y una regulación cuanto menos errática y dependiente de la voluntad del gobierno de turno. Es decir una ausencia clara de políticas de Estado que no permitieron generar un avance firme del sector.

Es cierto que si establecemos la situación de partida en los 90, partíamos muy mal, la telefonía era un bien escaso y de lujo, y los desequilibrios intra y extra regionales eran muy grandes. Sin embargo a raíz de los 90 con la entrada de nuevos competidores y la reestructuración y eficiencia de muchas empresas estatales la situación parecía cambiar. El importante esfuerzo inversor realizado permitió el desarrollo y mejora de una importante red de telecomunicaciones, los gobiernos fueron creando fondos de servicio universal, planes directores de desarrollo de las telecomunicaciones, agendas digitales, programas de alfabetización digital y departamentos, algunos con la categoría de ministerio especializado en el desarrollo de las TIC. El mensaje había sido captado, era imprescindible el desarrollo de las tecnologías de la información y por tanto de las telecomunicaciones. Si se quería garantizar un desarrollo sostenible en la región, parecía establecida en el ambiente una voluntad inequívoca de las autoridades de, escuchando a las partes interesadas, avanzar en el cierre de la brecha digital en la región. Parecía que las políticas cortoplacistas, la falta de voluntad había sido desterrada en el sector, algo que sin duda era para celebrar y mucho, pues suponía un cambio radical imprescindible para el desarrollo de una Latinoamérica competitiva. Una concienciación que lo cambiaba todo.

Sin embargo la necesidad de recaudar de los algunos gobiernos, derivada en muchos casos de la desaceleración económica de la zona, llevó a muchos países a un giro lampedusiano a través de la profundización de medidas impositivas que afectan negativamente al desarrollo del sector. Y digo lampedusiano porque aparentemente lo cambiaban todo con el establecimiento del desarrollo de las TIC como política Estado, pero escarbando, la realidad en algunos países es otra un poco distinta, que nos hace preguntarnos si de verdad existía esa voluntad inequívoca de avanzar en un desarrollo real de las TIC. Cantaba el popular cantante argentino Indio Solari que “Dios no está en los detalles de hoy, será un melodrama vulgar” por lo tanto podemos aventurar que si Dios no está en los detalles será que se encuentra el diablo, mal asunto entonces… Si uno se aferra a los titulares y a las declaraciones de los distintos gobernantes pareciera que todo sigue igual y que incluso el desarrollo de las telecomunicaciones y de la economía digital es una voluntad inequívoca de absolutamente todos los países, en cada foro, en cada actividad pública se reitera esta voluntad. Lo dicho, una concienciación que lo cambiaba todo.

Es entonces en los detalles donde entra de nuevo el personaje de Tancredi y así uno puede observar en algunos casos distintas cuestiones transversales que anulan esa concienciación. Así las telecomunicaciones, detrás del alcohol y el tabaco, es uno de los sectores más gravados de la región, soportando en ciertos países impuestos específicos que en ocasiones incluso han servido para financiar actividades que nada tienen que ver con el sector gravado (Principalmente de seguridad). Que el tan necesario espectro radioeléctrico a veces es tomado como una vía de financiación y de equilibrio de cuentas públicas en vez de tener en consideración su valor social. Que los planes de masificación de uso de terminales se ven solapados con la existencia de impuestos de valor suntuario a la compra de equipos, en algunos países con una importación ciertamente limitada, provocando que pese a que las tarifas de acceso han venido bajando a lo largo de los años, siga siendo inasequible el acceso a la tecnología a los perfiles socioeconómicos más bajos. Volviendo a la comparación con el alcohol y el tabaco, pareciera que ambos sectores se les aplicase la misma herramienta fiscal para desincentivar el consumo. Que pese a los grandes anuncios de planes nacionales y fondos de servicio universal, en la mayoría de los casos han quedado en el olvido, han sido malgastados o directamente no han sido utilizados, perdiéndose buenas oportunidades de llegar a zonas y colectivos no conectados. Todo ello en un contexto regulatorio no adaptado a la convergencia tecnológica existente y que provoca asimetrías que perjudican notablemente el desarrollo equilibrado del sector.

Podríamos añadir más elementos pero quizás nos saldríamos un poco del foco a resaltar. Se suele alegar que pese a estas medidas las inversiones han aumentado en los últimos años y que la cantidad de usuarios ha crecido exponencialmente, manteniendo los márgenes de beneficio (Pese a que en realidad el margen EBITDA viene bajando en la mayoría de los países), lo que no se cuenta es que la inversión necesaria sigue siendo altísima, más aún viendo el incremento exponencial en la demanda de datos de los ya conectados. A esto hay que sumarle que el ARPU por usuario en América Latina es de los más bajos y la incertidumbre que ciertamente provocan el resto de decisiones.

Siempre existen Tancredis en política, pero también Garibaldis. Algunos gobiernos de América Latina han sido Garibaldis, otros tienen en sus manos cambiar la situación y volver por la senda de la concienciación en todas las áreas y esta vez sí, de manera transversal, hacer una política TIC en mayúsculas, de lo contrario en vez de apoyar su crecimiento en una economía digital boyante tendrá que apoyarse en los Tancredis de la política y todos sabemos cómo ha ido desarrollándose la función…