El impacto que nuestra sociedad ha sufrido por la llegada del COVID-19 ha repercutido, entre otras cosas, en nuestros sistemas de telecomunicaciones. La variación en el volumen de datos, derivada del teletrabajo y del incremento en el consumo de plataformas de vídeo bajo demanda, han supuesto toda una prueba de estrés para nuestras redes, pero también ha demostrado mejor que nunca el grave problema que supone la brecha digital existente entre los entornos urbanos y los rurales o remotos, donde el acceso a Internet o a servicios básicos como la educación o la sanidad no ha sido posible cuando más se ha necesitado.
Este hecho, que también se ha producido en zonas con grandes despliegues de infraestructura terrestre como Europa, ha sido mucho más grave incluso en regiones como América Latina. Por ello el satélite es una herramienta fundamental para actuar como complemento a las redes terrestres en estos puntos remotos. La cobertura universal bajo su huella y su rápido despliegue, que sólo precisa de la instalación de una antena y un router, lo convierten en una solución para actuar ya en la reducción de la brecha digital y proporcionar un acceso a Internet de banda ancha.
Las aplicaciones satelitales de datos permiten adecuarse a las necesidades específicas de cada escenario. Así, por ejemplo, la tecnología Hotspot WiFi satelital dota de acceso a Internet a los centros más transitados de una población para que sus habitantes puedan conectarse desde sus dispositivos móviles. También ofrece servicios de tele-educación -para garantizar una educación universal y promover oportunidades durante todo el ciclo educativo- y telemedicina -para realizar diagnósticos remotos de los pacientes combinando una solución de videoconferencia con servicios de teleconsulta, tratamiento y asistencia remota del paciente- e incluso puede utilizarse la capacidad satelital para actuar de backup de la infraestructura terrestre en situaciones de sobrecarga o para la extensión de redes celulares.
Nuevos satélites, nuevas plataformas
Todo esto es posible de una forma robusta y de calidad gracias a que la tecnología satelital ha experimentado un gran cambio en los últimos años. Hoy, los satélites de alto rendimiento (o HTS, por sus siglas en inglés) tienen una arquitectura multispot y pueden reutilizar sus frecuencias, lo que aumenta de manera considerable su capacidad de transmisión y ofrece una mayor eficiencia a los proveedores de servicios. Además, permiten actuar de un modo escalable en el mercado y al mismo tiempo reduce los costes del servicio y de los terminales de usuario, situando al satélite como un elemento clave en el desarrollo de la banda ancha fija.
Además del avance producido por la irrupción de los satélites HTS, los operadores disponemos de plataformas de Internet satelital basadas en un modelo VNO y orientadas a romper la brecha digital. La inversión de capital inicial para estas plataformas de Internet satelital es tan importante que los ISP pequeños o locales no pueden afrontarlo. Por ello hemos desarrollado plataformas de Internet compartidas, en las que HISPASAT realiza la mayor inversión, dedicada a los gateways, y pone esta infraestructura a disposición de los ISP, facilitando así el despliegue de Internet por satélite. De este modo, HISPASAT cuenta con plataformas de Internet de banda ancha en Brasil, Chile, Colombia, Estados Unidos, México, Perú y España.
Hacia una regulación estable.
En resumen, las comunicaciones por satélite son un elemento fundamental para cerrar la brecha digital y desbloquear la transformación digital de América Latina. Y por ello mismo, creemos que han de ocupar una parte integral del panorama de las telecomunicaciones en la región: garantizar un espectro estable para la industria satelital es una medida básica para permitir los beneficios sociales y económicos que solo el satélite puede brindar en los países que conforman la región. Pero, ¿qué implica esto? A la hora de diseñar los planes de frecuencia de un satélite, los operadores nos basamos en el cuadro de atribución de frecuencias del Artículo 5 del Reglamento de Radiocomunicaciones de la UIT y en los cuadros nacionales de los países donde tenemos la intención de proporcionar capacidad satelital. Una vez lanzado, el satélite no puede cambiar sus planes de frecuencia asociados en los 15-20 años que dura aproximadamente su vida útil. Por ello, la aparición de cambios imprevistos en las regulaciones nacionales -e incluso a veces fuera de lo estipulado en la UIT-, pueden provocar al operador una grave inseguridad jurídica y regulatoria y poner en riesgo la confianza en las comunicaciones por satélite e incluso su propia viabilidad.
En este sentido, el ambicioso despliegue de la tecnología 5G ha derivado en lo que parece ser una carrera entre los reguladores para sacar a subasta la mayor cantidad de espectro y en el menor periodo de tiempo para telecomunicaciones internacionales móviles, parte del cual está compartido con frecuencias atribuidas al satélite. Esta tendencia no está contemplando que el estándar 5G se ha definido desde su origen como un ecosistema de redes, no sólo de sistemas móviles terrestres, en el que los satélites también están llamados a jugar un papel relevante y en el que van a necesitar espectro adicional para ello. Por tanto, hay que llegar a un equilibrio en las atribuciones de frecuencia de acuerdo con la realidad de cada país y cada región, atendiendo a sus necesidades y usos reales de espectro.
Por todo ello, hoy más que nunca conviene respetar los tiempos y los periodos de estudio marcados por la UIT para dar al sector satelital la indispensable seguridad con la que poder acometer nuevas inversiones que permitan dar servicio a nuestros clientes a través de satélites ya lanzados y, además, poner en órbita nuevas misiones.