Los 40 años de existencia de ASIET recorren buena parte de la historia de las comunicaciones por satélite. Tras sus inicios comerciales en la década de los 60, fue en los años 80 cuando la importancia estratégica de los operadores nacionales empezó a cristalizar. En el caso de HISPASAT fue en 1989 cuando se constituyó y en 1992 cuando se decidió lanzar su primer satélite, el Hispasat 1A.
Para España fue un año especialmente emblemático, en el que confluyeron diversos elementos que manifestaban una transformación radical del país y un paso decidido hacia su modernización: desde eventos de gran relevancia como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla a avances de calado como la inauguración de los servicios de alta velocidad ferroviaria o, claro, el lanzamiento de su primer satélite de comunicaciones. El Hispasat 1A, al que sólo un año después se uniría un satélite casi gemelo, el Hispasat 1B, nacía con la misión de mejorar los servicios de comunicaciones telefónicas, posibilitarían la transmisión de datos, la televisión analógica y digital, la televisión de alta definición, la videoconferencia, el correo electrónico, los servicios de emergencia, equipos de recepción de antenas VSAT, y aplicaciones de RDSI (Red Digital de Servicios Integrados).
En relación con los servicios audiovisuales, el Hispasat 1A se percibía desde el principio como un poderoso instrumento para la distribución de señales de televisión que permitió aumentar el número de canales ante una creciente demanda, y para completar las redes de telecomunicación públicas. En 1983, en Europa no existía ningún canal de televisión por satélite. Diez años después ya se podían recibir 100 canales a través de 14 satélites. En este contexto, el satélite español añadía nuevas posibilidades para recibir más canales.
En definitiva, el Hispasat 1A representaba una nueva oferta de radiodifusión, especialmente en el llamado servicio fijo (con 16 transpondedores que servirían para transportar las señales de las televisiones existentes y para mejorar la cobertura de las televisiones privadas). También estaba prevista la incorporación del servicio de difusión directa que haría posible la recepción de cinco nuevos canales con antenas parabólicas de 40 a 80 centímetros de diámetro. A lo que habría que añadir los dos canales de televisión de la llamada misión América del satélite.
La configuración de estos primeros satélites de comunicaciones, que fueron dando paso con los años a otros con mayor número de transpondedores, engarzaba de manera ideal con las necesidades marcadas por el mercado de la distribución de contenidos audiovisuales: aquellos satélites geoestacionarios cubrían grandes extensiones de terreno (hablamos de continentes enteros) para difundir un gran número de canales de manera directa al hogar mediante contratos que habían sido acordados para los quince años de vida útil del satélite. Un modelo, pues, marcado por la estabilidad, la gran inversión inicial y los acuerdos a largo plazo, que se mantuvo en buena medida hasta los comienzos del siglo XXI.
Fue entonces cuando el sector entró en proceso de cambio en el que aún se mantiene, sujeto a una rápida evolución provocada por varios aspectos. En primer lugar, Internet como elemento vertebrador de nuestra sociedad. Hoy el acceso a la red se ha convertido en un elemento indispensable para la correcta integración de los ciudadanos en la sociedad, hasta el punto de que carecer de conectividad es ya un elemento clave de desigualdad. Las personas necesitan una conectividad universal, en todo momento y lugar, para garantizar sus derechos fundamentales, pero también para relacionarse con su entorno, formarse e informarse. Pero no sólo eso: más allá del mero acceso a Internet de banda ancha para hogares y negocios, nos encontramos con la importancia de la recopilación de datos provenientes de cualquier dispositivo o punto geográfico, el Internet de las Cosas, que supone una recogida continua de bajo bitrate, pero proveniente de miles y miles de puntos dispersos por cualquier punto del territorio.
En cierto modo derivado de ello, el mayor ancho de banda proporcionado a los usuarios ha permitido el advenimiento de nuevos formatos audiovisuales mediante plataformas de vídeo bajo demanda, que han generado en el público unos nuevos hábitos de consumo que ya no tienen vuelta atrás. Por ambas razones, las comunicaciones por satélite estaban obligadas a una adaptación de su propuesta. Mientras que los servicios de distribución directa al hogar han entrado en un proceso de madurez y retroceso en aquellas regiones que gozan de un importante despliegue de infraestructura terrestre, como es el caso de Europa, los servicios de banda ancha en entornos remotos han cobrado una importancia cada vez mayor, así como en entornos de movilidad aérea, marítima y terrestre.
La tecnología satelital ha tenido que adaptarse a esta nueva realidad. Sus grandes haces continentales han dado paso a otros más concentrados en áreas concretas para poder proporcionar estos servicios de banda ancha de un modo más potente y eficiente. En paralelo, como los contratos a vida útil son cada vez más escasos por la propia evolución de la demanda de servicios, los nuevos diseños satelitales incluyen una mayor flexibilidad de la capacidad embarcada, con el fin de dar respuesta a los cambios que vayan surgiendo a lo largo de la vida útil de los satélites. Y, además, la aparición de las constelaciones de órbita baja ha supuesto una disrupción mayúscula que marcará de manera definitiva el panorama del sector en los próximos años. Un horizonte, sin duda, apasionante para los próximos 40 años, al que desde HISPASAT miramos con la misma ilusión que en nuestros inicios.