Enrique Carrier
Analista de Telecomunicaciones

Argentina – Que el corto plazo no acabe con el mediano

La pandemia que atraviesa en estos momentos prácticamente a toda la humanidad establecerá sin dudas un antes y un después en muchos ámbitos. Tanto que algunos estiman que habrá un AC y un DC (Antes del Coronavirus y Después del Coronavirus). Para la industria de las telecomunicaciones también marcará un punto de inflexión, porque la pandemia y más particularmente la cuarentena que se aplicó en mayor o menor medida en todas partes, la puso bajo una gran lupa, donde se pudo ver con claridad tanto lo bueno como lo malo.

Lo bueno fue que se puso más en evidencia (por si hacía falta) la relevancia del sector no sólo en la emergencia sino también en el funcionamiento de toda sociedad moderna. Súbitamente hubo una fuerte demanda por conectividad, ya no sólo para entretenimiento o socialización desde el hogar, sino también para trabajar, estudiar, así como para su uso como plataforma de transacción y gestiones. A pesar de este súbito y marcado aumento de la demanda, las infraestructuras estuvieron en general a la altura y acompañaron convenientemente en este escenario.

Pero al mismo tiempo, y como contracara, emergieron problemas ya conocidos que se hicieron más evidentes. Por un lado, la coyuntura hizo que varias personas perdieran parcial o totalmente sus ingresos. Por el otro, se evidenció la brecha digital que, aunque no es mayor a la brecha con otros servicios básicos como agua corriente o cloacas, en este contexto se volvía más acuciante al dejar a muchos sin la posibilidad de seguir estudiando y, en alguna medida, trabajando.

Con un cuadro de situación que, con matices, fue similar en todos los países de la región, en la urgencia desde distintos gobiernos se buscó influir en el costo del servicio para el consumidor. En el caso argentino surgieron medidas como la no interrupción del servicio por deuda con la obligación de seguir ofreciendo prestaciones básicas, lanzamiento de productos low cost para asegurar un piso de conectividad, congelamiento de precios (que en una economía inflacionaria como la local, del orden del 50% anual, equivale a una reducción en términos reales). Todas medidas temporarias acordadas entre el Estado, a través del regulador ENACOM, y las empresas (o por lo menos las más grandes). No obstante, esto no impidió que surgieran proyectos de ley de congelamiento de precios, así como de extensión del período de no interrupción del servicio por deuda. Inclusive, uno de declaración de el acceso a Internet como servicio público.

Si bien el de las telecomunicaciones será un sector que mostrará más resiliencia que otros en el efecto de la pandemia en la economía (con estimaciones de fuerte caída del PBI), no podrá escapar a su impacto, independientemente de las medidas particulares mencionadas. No obstante, es importante tener en cuenta que las telecomunicaciones son y serán fundamentales no sólo para sobrellevar los efectos de la pandemia sino también para la reconstrucción que inevitablemente le seguirá.

El panorama resultante para el sector de las telecomunicaciones es que está compuesto por dos segmentos o mercados: el existente, generalmente en competencia, con un razonable rendimiento, y el de los desconectados o mal conectados (por razones geográficas o socioeconómicas). Pero en ambos casos, el objetivo debe ser el de fortalecer y expandir la infraestructura de telecomunicaciones.

El mercado en competencia debe seguir siendo potenciado para que las empresas crezcan en servicios y clientes, sin trabas artificiales ni regulatorias. De esta forma, se puede aspirar a un nivel de precios que conjugue el atractivo y asequibilidad para el consumidor y la sostenibilidad necesaria para asegurar la inversión a largo plazo. Este enfoque es propicio para aquellos segmentos donde efectivamente existe un mercado, más allá de las obligaciones que se puedan exigir en determinados contextos (como es el caso de las asignaciones de espectro). Aquí, además de eliminar trabas a la competencia, el regulador debe facilitar los despliegues, minimizando y homogeneizando requerimientos, así como propiciar el uso de infraestructuras compartidas, que tienen una mayor racionalidad económica. Algo clave en los tiempos por venir.

Como es evidente que un privado no atenderá mercados no rentables (salvo en los casos de ciertas concesiones monopólicas que así lo exijan), es rol del Estado asegurar la conectividad de estos segmentos. Más allá del aporte que puedan hacer instrumentos como licencias, concesiones, permisos u otros, hay más acciones que el Estado puede encarar para facilitar esta tarea. Por un lado, es importante estar atento a todas las alternativas tecnológicas y buscar minimizar las restricciones que pueda haber para su utilización. Tal es el caso de los espacios blancos (o White Spaces) que permiten acceder a recursos de espectro valiosísimos y de nulo uso. También lo es para los nuevos desarrollos satelitales (HTS, satélites de órbita baja, etc.) que, bien regulados, permiten lograr una cobertura realmente total de toda la geografía de un país con capacidades adecuadas.

En algunos casos quizás deba ser el propio Estado quien invierta en infraestructura, pero debería ser siempre a nivel mayorista en estos casos. De esta forma, cualquier actor pueda utilizarla y beneficiarse en lugar de convertirse en una ventaja competitiva para unos pocos propiciada por el mismo Estado.

En lo inmediato, está claro que la pandemia afecta en forma desigual a la población y que por lo tanto la industria telco no saldrá indemne. A un escenario de fijación y congelamiento de precios, con índices de morosidad superiores a los normales y en un contexto de abrupta caída del PBI, es imposible pensar que el sector atravesará la pandemia sin sentir el impacto. Y éste, a su vez, afectará el nivel de inversión en el corto y mediano plazo por escasez de recursos, tanto propios como de financiación (particularmente en el complejo contexto macroeconómico de Argentina). Una forma de mitigar este efecto podría venir por parte de un esfuerzo del Estado para bajar el costo de los servicios a través de una disminución de la carga fiscal sobre los mismos. De esta forma, las tres patas del sector (clientes, empresas y Estado) harán su aporte en un momento difícil y atípico.

En definitiva, y pensando ya en la post pandemia, la clave estará en cómo encarar la solución de lo malo sin afectar negativamente sino potenciando el desenvolvimiento de lo bueno.